Mingei, la belleza del objeto cotidiano
- Alejandro Vega Cancino
- hace 4 días
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Actualizado: hace 7 minutos
A partir de los ensayos reunidos en el libro La belleza del objeto cotidiano, este texto plantea una lectura sobre la perspectiva estética que defendió Yanagi Soetsu a lo largo de su vida y sobre su filosofía artística. Asimismo, divaga acerca de su amor por la artesanía y acerca de su oficio, aquel que —visto como un fin imperfecto— atrae la belleza íntegra y natural de lo cotidiano.

Yanagi Soetsu nació el 21 de marzo de 1889 en Minato, una región dentro de la metrópolis de Tokio. Gracias a su familia, tuvo acceso a una educación de excelencia. Luego de graduarse de la universidad, se involucró en varios proyectos artísticos y formó parte de algunas corrientes estéticas que tomaron fuerza durante la primera mitad del siglo XX. Durante este mismo período, organizó exposiciones y comenzó su carrera de crítico con publicaciones sobre el aparato estético de la época. Posteriormente, en 1934, nació la Asociación de Artesanía Popular de Japón, debido a los esfuerzos de Soetsu por revalorizar la belleza de los objetos artesanales populares. En este contexto, destaca la intención de este artista por reivindicar la materialidad que nos acompaña en nuestro día a día; logrando ser un referente en la práctica olvidada de valorar la belleza funcional de los objetos que, en tanto resguardan su honestidad, embellecen todo a su alrededor.
La filosofía de Yanagi gira alrededor de la conceptualización de aquello que él define como “artesanía popular”. Este concepto contiene una carga teórica notable cuando se observa desde aquel Japón pos Restauración Meiji, puesto que contrapone los ideales del japonés moderno con aquella estética de antaño que encontraba belleza en lo evidente. Yanagi, junto a sus colegas, denominaron esta reinterpretación estética como mingei; según el autor, tomaron la palabra min, que significa pueblo o masas y la palabra gei, que significa artesanía. De esta manera, crearon el concepto de mingei “con el objetivo de designar los objetos ordinarios que la gente común emplea en su vida cotidiana y de distinguirlos de los objetos propios de las bellas artes, más aristocráticas” (Yanagi, 15). En este sentido, la artesanía popular se puede definir como el antónimo por defecto del ornamento; es la discrepancia entre lo aspiracional y lo común, es la honestidad del objeto útil en contra de la belleza del objeto único.

Aceptar la belleza del objeto cotidiano —entendida como aquella percepción estética que promueve Yanagi— conlleva la integración de un dilema interpretativo que enriquece el diálogo entre la estética japonesa moderna y la clásica. Si consideramos el objeto útil como un ente representativo de lo bello y consensuamos que la belleza ornamental y aristocrática no es realmente bella, cabe preguntarse en dónde está la belleza, qué es lo que define la belleza y cuál es la necesidad de redefinir la estética en pos de una competencia ideológica entre lo bello y lo útil. Como una posible respuesta, Yanagi propone una realidad subjetiva en donde la belleza de la “artesanía popular” es moralmente superior a la belleza que proviene de las bellas artes. Según el autor, existe un declive en la sensibilidad estética del Japón moderno. En su ensayo afirma que “el gusto personal está en decadencia: los colores se han tornado estridentes; las formas, endebles; y los partrones de diseño, espantosos” (19). Para Yanagi, la belleza ornamental puede ser producida y admirada, sin embargo, esta misma es incapaz de embellecer el mundo que nos rodea; por lo mismo, es inferior, ya que no permite la creación de un “reino de belleza”. Su filosofía entiende la belleza como un complemento natural que viene a enriquecer el mundo, que si bien es bello en sí mismo, posee un fin superior que va más allá de ser admirado, un fin que entrelaza la vida y la belleza como un solo objeto.

La obra de Yanagi Soetsu es un refugio para el arte que la modernidad japonesa ha desechado. Su pensamiento contradice la perspectiva occidental que predominaba en el siglo XX. En uno de los ensayos de La belleza del objeto cotidiano, el autor plantea la existencia de una posible crisis de la identidad japonesa. Según su postura, “está bien aprender cuanto se puede de lo que viene de fuera, pero llegar al punto de la idolatría y la adulación puede amenazar la propia identidad cultural de Japón” (106). En este sentido, su filosofía estética propone una asimilación consciente de las ideologías occidentales, Yanagi sugiere un dialógo recíproco que aspire al complemento y a la sincretización antes que a la imposición y al reemplazo forzoso de una cultura por otra. Asimismo, la tesis central de esta recopilación de ensayos puede ser interpretada como un intento por reposicionar los valores estéticos de Japón. Al interpretar el pensamiento crítico de Yanagi como una voluntad conservadora, es posible identificar una serie de factores que devienen en un recelo hacia la influencia Occidental. Lo interesante de su postura es que, pese a lo anterior, mantiene una conversación constante con la estética japonesa más clásica, aquella opuesta a la “artesanía popular”, en donde el ornamento estaba presente.
Durante la construcción de su perspectiva, Yanagi elaboró un espacio en donde la asimilación cultural se invierte. Desde su punto de vista, Japón es el que debe proponer reinterpretaciones estéticas del mundo y nuevas corrientes de pensamiento mediante la promulgación de valores que complementen las costumbres occidentales. Su compromiso artístico invita a la colaboración entre ambas culturas, pero desde un relato de mutuo respeto. Sin desmerecer la importancia de Occidente, Yanagi propone una lectura crítica de la cultura foránea: su objetivo es acercar la belleza de un mundo con la belleza del otro. Es entonces una invitación, un punto de partida para crear una intertextualidad estética entre ambos contextos. Las enseñanzas de Yanagi Soetsu acerca de la belleza nos permiten profundizar un poco más en la búsqueda de este poder misterioso que esconde Japón. Su obra desprende vestigios de aquellas sensaciones que atañen al corazón y lo envuelven en el encanto inefable de Asia.

El autor propone, en su lectura sobre el alma de Japón, una conceptualización de la experiencia sensorial que desprende la belleza y la divide en dos conceptos: ver y conocer. Para Yanagi, estas distinciones no son lo mismo; de acuerdo a la perspectiva del autor “la capacidad de ver y la capacidad de conocer son, en parte, innatas. La primera, en particular, es algo con lo que se nace, no puede ser generada a voluntad. La segunda es en parte también un don innato, pero puede perfeccionarse mediante el estudio” (196). El ver un objeto, considerando la definición de Yanagi, se asemeja a observar un edificio desde afuera, en cambio, el conocer un objeto es comprender su composición. En este sentido, la visión es un enfoque innato, una caracteristica de aquellos que son capaces de ver algo. Por el contrario, el conocer se traduce en algo mejorable: mediante el estudio de un objeto en particular, el individuo puede llegar a entender su estructura. Con esta línea de pensamiento como punto de partida, Yanagi establece durante su carrera una corriente estética comprometida con el reposicionamiento de la belleza japonesa. Nos invita a ver y conocer la “artesanía popular”, realiza un llamado a los sensibles, a los lectores y lectoras atentos. Se rebela en contra del convencionalismo y genera un discurso que rompe las barreras de la culturalidad. La filosofía de Yanagi y su perspectiva estética atienden las necesidades del pueblo y le entregan una voz a la belleza de lo cotidiano.
Bibliografía
Yanagi, Soetsu. La belleza del objeto cotidiano. Editorial GG, 2022. Impreso.
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