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Paula Concha Acuña

Los años de peregrinación del chico sin color

La vida de Tazaki Tsukuru transcurría de la mejor manera. Estaba estudiando en Tokio para transformarse en un ingeniero especializado en la construcción de estaciones ferroviarias, su pasión y sueño desde pequeño. Vivía en un pequeño departamento que tenía su familia y aprovechaba los fines de semana largos y las vacaciones para ir a Nagoya, su ciudad natal, para juntarse con “la pandilla”, como solía llamar a su grupo de amigos de la adolescencia. Se habían conocido un par de años antes y desde que iniciaron su amistad, haciendo algunas actividades de voluntariado en una escuela local, se habían vuelto inseparables.


Los cinco amigos compartían varias cosas en común: pertenecían a familias de buena situación económica, todos hijos de la primera generación de universitarios y todos asistían al mismo colegio. Sin embargo, algo los diferenciaba: todos, excepto Tsukuru, tenían apellidos que hacían referencia a algún color. Este hecho, aparentemente sin la mayor relevancia, hizo que desde siempre Tsukuru se sintiera fuera del grupo. Los amaba, de esa manera que uno ama a sus amigos de la juventud, pero el hecho de no compartir esa cualidad con ellos siempre lo hizo sentir excluido. A tal grado llegaba este sentimiento que le era muy difícil entender cuál era su aporte al grupo y el porqué lo aceptaban en él. Además, su personalidad era reservada y siempre tendía a la mesura, a diferencia de sus amigos, que desde su perspectiva, tenían características bastante marcadas: la chica linda y tímida, la chica simpática y sin una belleza estereotipada, el guapo deportista y el mateo. Él, sin embargo, era el mesurado. Una etiqueta que siempre le incomodó. Pese a todo, entre estos cinco personajes existía un equilibrio sutil, una promesa no explícita de que entre ellos no podría nacer una relación sentimental. Cualquiera que decidiese cruzar ese límite, pondría en riesgo la unidad del grupo y ninguno quería ser responsable de ello. Existía una represión de la energía sexual tan propia de la adolescencia, lo que fue creando una tensión en el grupo sin que ellos mismos lo notasen y cuyos efectos podemos ir descubriendo a lo largo de la historia.


A pesar de sus aprensiones, Tsukuru los amaba y era feliz con ellos. Formar parte de ese grupo le daba sentido a su vida. Hasta que, sin previo aviso, todo cambió. Fue en las vacaciones de verano del segundo año, cuando Tsukuru regresó a su pueblo a disfrutar del descanso y estar con su familia, pero sobre todo, compartir un tiempo con sus amigos. Trató de contactarlos insistentemente, no obstante, ninguno estaba disponible. Volvió a llamarlos una y otra vez hasta que uno de ellos le contestó. Por favor, no vuelvas a llamar. No queremos tener más contacto contigo. Nuestra amistad termina aquí, fue la única respuesta que recibió.


Desde ese momento lo consumió una tristeza enorme. Durante los meses siguientes deseó muchas veces la muerte, pero sin llegar nunca a tomar una acción concreta para alcanzarla. Comenzó a dejar de comer y perdió mucho peso. Llegando incluso a mirarse al espejo y no reconocerse. Era como si el viejo Tsukuru estuviera muriendo poco a poco. Y en cierta manera fue eso lo que sucedió. Al salir de esa etapa, el punto más profundo de su dolor, su semblante había cambiado; el dolor lo había marcado. Y cuando hablo de recuperarse, en realidad me refiero de salir de ese periodo en que se obsesionó con la muerte. El alejamiento de sus amigos fue algo que claramente lo marcó. Es en este punto, dieciséis años después de este hecho, cuando se inicia la novela. Aunque transcurrieron muchos años, la herida seguía abierta. Profunda y dolorosa. Pero como muchas veces pasa, el miedo a conocer la verdad puede resultar aún más grande, por lo que Tsukuru nunca pidió una explicación. De este modo, su vida estuvo teñida por ese dolor. Llena de hipótesis para tratar de entender qué sucedió, pero sin hacer nada al respecto. De alguna manera se conformó con ser excluido y vivir desde ese lugar.


Solo cuando conoce a una mujer, dos años mayor que él, quien le obliga a buscar una explicación, Tsukuru logra contactar a sus antiguos amigos, iniciando así un viaje hacia la verdad. De esta manera vemos al protagonista por primera vez tomar acción para tratar de descubrir realmente lo que había pasado y, de paso, ir encontrándose con él mismo. En cada conversación que sostuvo con ellos, no solo logró acercarse a la verdad, sino que también, fue una manera de ir descubriéndose a través de los ojos de sus antiguos amigos.


Experiencia con la lectura


Aunque es la primera vez que leo una obra de Haruki Murakami, creo que la forma en que narra la historia es muy fluida y de fácil lectura, pero a su vez, está cargada de frases y momentos con grandes reflexiones acerca de la vida. Para mi gusto, la obra posee un toque justo de liviandad y profundidad.


La novela es contada en primera persona por Tsukuru, dieciséis años después del evento que marcó su vida. No obstante, durante el transcurso de esta, el relato nos lleva al pasado en varias oportunidades, permitiéndonos entender la clase de relación que existía entre los cinco personajes.


Algo que llamó mi atención de su escritura fue el hecho de sentir que, si bien la historia principal de la novela es la que les describí a grandes rasgos en los párrafos anteriores, a su vez, esta narración es parte de una historia más grande: la relación del protagonista con las mujeres. Y, por otra parte, cómo Tsukuru se relaciona con personas anexas a su grupo de adolescencia, especialmente con el único amigo que tuvo en sus días de universidad. Estas dos historias acompañan a la narración principal dejando algunos cabos sueltos, lo cual hizo que me preguntara el porqué Murakami las había incorporado. ¿O era acaso que yo me estaba perdiendo de un detalle y no había sido capaz de entender la novela en su totalidad? Sea como fuere, esa ambigüedad me resultó atractiva.


Los años de peregrinación del chico sin color es una novela que me hizo reflexionar acerca de lo fuerte que resulta para nosotros el hecho de sentir que no pertenecemos, que no encajamos en un determinado lugar, a un determinado grupo. Y cómo eso puede ir creando un fantasma en nuestra mente y llegar a convencernos que no merecemos pertenecer –incluso– a este mundo. Y más importante aún, muchas veces ese sentimiento se va formando sin tener una real base: Tsukuru fue descubriendo al conversar con sus amigos que él siempre tuvo un lugar en el grupo. Es más, el destino del grupo se fue diluyendo tras su expulsión. Su forma de ser, su personalidad –la cual él rechazaba porque sentía que no tenia gracia por encontrarla descolorida– siempre tuvo un lugar dentro de sus amigos, dentro del mundo.


Finalmente, lo que Murakami nos enseña en esta novela es que todos poseemos nuestro propio color. Solo debemos aprender a reconocerlo y a amarlo.


 

Ficha técnica:

Título: Los años de peregrinación del chico sin color

Título original: Shikisai O Motanai Tazaki Tsukuru to Kare No Junrei No Toshi

Autor: Haruki Murakami

Número de páginas: 314

Editorial: Tusquets Editores

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