“Es mejor vivir saboreando la tristeza de este mundo”: Dientes de león de Kawabata Yasunari
A pesar de que no ha tenido atención en medios nacionales, y muy poca en extranjeros, creo que la publicación de Dientes de león fue uno de los grandes sucesos que cerró el 2023 en cuanto a literatura japonesa en español se refiere. Es verdad que Kawabata Yasunari no es de los autores japoneses más leídos en lengua española y su obra tiene características que la vuelven un tanto más difícil de primera entrada. Pero es innegable su importancia como uno de los escritores más prolíficos del siglo XX, su innovación en las vanguardias japonesas cuando apenas comenzaban a vislumbrarse estilos nuevos en el país y su compromiso, a la misma vez, con la milenaria cultura nipona, tanto como crítico, estudioso y difusor y también en la influencia de esta que deja ver en sus libros. Por supuesto, y muy importante para el público occidental, fue el primer autor japonés en recibir el Premio Nobel de Literatura (en 1968) y, por ende, fue uno de los primeros y más cuantiosamente traducidos a distintas lenguas a través del mundo.
Dientes de león (Tanpopo) fue publicada póstumamente en el año 1972, el mismo año en que su autor (según la tesis más aceptada) se suicidó. Fue escrita por entregas entre 1964 y 1967 y vio la luz gracias a Kawabata Kaori, su yerno —según nos cuenta Oshima en su esclarecedor prólogo—, quien armó y ordenó el libro según las anotaciones que el autor dejó en el manuscrito, al que nunca llegó a dar un final. Es un punto importante a tener en cuenta al leer esta novela: literalmente, no tiene una conclusión. De todos modos, es interesante que otras de sus novelas, que guardan más de una similitud con Dientes de león, tampoco tienen finales reconfortantes, conclusivos, claros: pienso en El rumor de la montaña (1954), que siempre he sentido como una pequeña ventana a través de la cual observamos, un breve momento, una historia inmensa que no podríamos abarcar, porque no comienza ni termina; y pienso en País de nieve (1937), la novela más famosa de Kawabata, cuyo primer final (mientras era publicada por entregas) dejó sumamente disconformes a los lectores de su tiempo, por lo que el autor aceptó incluir un capítulo más.
La trama de Dientes de león es sencilla, pero extraña por decir poco. Sigue a Ineko, una joven aquejada de una extraña enfermedad: la ceguera de cuerpo; a su madre, quien decide internarla en un hospital psiquiátrico para intentar curarla, y a Kuno, novio de la joven, quien no está de acuerdo con esta decisión. La acción transcurre en un solo día, el que dejan a Ineko en el hospital, y sigue el diálogo que mantienen su madre y Kuno mientras se alejan, entre discusiones, recuerdos y culpas, hasta que anochece. Si bien en otras novelas del autor el diálogo tiene gran importancia, en ninguna llega a convertirse en eje del relato como aquí, donde todo el peso del libro se sostiene en una conversación entre dos personajes y sus distintas maneras de pensar. Ambos se ven incompetentes ante la extraña ceguera que aqueja a Ineko (condición que Kawabata nos irá descubriendo poco a poco), y por lo mismo buscan distintas razones del por qué ocurre y qué soluciones podrían encontrar, sin ir mucho más allá de la inquietud y la tristeza al no encontrar respuestas.
Gran importancia para la trama tendrá también Kisaki, padre de Ineko, quien al momento de los hechos narrados ha muerto hace ya varios años. Antiguo militar de alto cargo, sufre una gran crisis vital al momento de la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, tema que en esta novela Kawabata aborda de manera particularmente directa, si bien no extensa. Esta situación se repetirá bastante, lo que constituye acaso el elemento más especial del libro: nos encontraremos con un Kawabata que tratará bajo las pocas voces que constituyen la novela temas como la locura, el nacimiento del lenguaje y la conciencia humana, la fragilidad de nuestra existencia ante la muerte y la naturalidad con la que el deseo se presenta pese a cualquier código moral (muy presente), entre muchos más. No pienso que sean temas ajenos al resto de su obra, pero sí que, por lo general, podemos verlos aparecer de maneras más sutiles, comúnmente solo sugeridos. Y la mayor característica de estas reflexiones es su intensidad, lo que también llama la atención. Tenemos, por ejemplo, esta reflexión de Kuno ante la idea de la culpa, otro de los sentimientos que empapan el libro:
“Digamos que, en este caso concreto, su sufrimiento no tiene sentido. Rebuscar en el pasado el origen de su culpa es algo que no tiene fin. El bucle no se va a detener en ningún momento, va a continuar más allá de usted, en sus propios padres por haberla tenido, y en los padres de sus padres, y en los padres de los padres de sus padres. Al final, terminaría siendo culpa de la humanidad entera” (55).
También podemos notar el “profundo calado filosófico” (como menciona Oshima) del libro en sus inquisiciones en torno a la muerte, constantes y extensas en el libro, como esta:
“Pese a mi joven edad, he visto a unas cuantas personas cercanas morir, y quizá por eso he llegado a la conclusión de que hay algo arrogante en la forma en que los vivos lloran la muerte y la atan a ellos y la hacen suya. Por ejemplo, por mucho que amemos a una persona, si esta debe morir, morirá, y no podremos hacer nada para evitarlo. Sea obra de los dioses o del destino, ni la persona que va a morir ni sus seres queridos, por muy queridos que sean, pueden hacer nada al respecto. Quizá “destino” o “dioses” sean palabras que se inventaron los humanos primitivos para paliar el miedo y la curiosidad, pero una vez que se creó la palabra empezaron a aparecer formas e historias que le dieron sentido” (64).
A pesar de que son palabras en boca de un personaje, es difícil no pensar en el mismo Kawabata ante el inicio del párrafo anterior. Testigo de muertes muy cercanas en sus primeros años, el tema aparecerá con mayor o menor fuerza en todos sus libros. La muerte, la belleza y la tristeza, juntas irrevocablemente. Esta novela no es la excepción: la atmósfera descrita en torno al pueblo de Ikuta, donde se encuentra el manicomio, conmueve, pero su soledad no hace pensar en un lugar feliz. Alejandra Kamiya, en su prólogo, describe muy bien la capacidad de conectar los sentimientos de los personajes con la naturaleza que les rodea. Y destaca una de las primeras ideas que el libro despliega: cada quien enloquece a su manera, en contraste con la homogeneidad que inspira la cordura. Y lo atestiguaremos, cuando dudemos junto al narrador si la locura presente en esta historia corresponde únicamente a Ineko.
Tanteando algunas conclusiones, lo único que no destacaría de esta edición es el trabajo de Seix Barral con la portada, una fotografía que inspira sentimientos distintos a los del libro, y es algo chocante teniendo en cuenta el autor del que hablamos. Destaco los prólogos, que contextualizan necesariamente una obra peculiar pero muy bella, y también el trabajo de traducción de Tana Oshima, que poco a poco nos lega una lista muy variada de traducciones a su haber en español, y quien además se encuentra trabajando en otro volumen inédito de Kawabata (Tamayura) según nos indica la solapa posterior. Creo, también, que debería haberse destacado su trabajo en portada, considerando las pocas veces en que Kawabata ha sido traducido directo desde el japonés.
Recomiendo mucho acompañar la lectura del texto “La literatura de Yasunari Kawabata, siempre cerca de nuestro corazón” de Miguel Sardegna, publicado el 2017 en Infobae ante la traducción al inglés de Dientes de león (Dandelions) que apareció en ese entonces. Miguel, connotado difusor argentino de la cultura japonesa y director de la colección Bosque de Bambú de También el caracol, contextualiza con datos bastante interesantes la llegada del libro al inglés y, unos años antes, al francés.
Espero que pronto el libro pueda circular por toda Hispanoamérica, porque, un dato no menor: el libro ha hecho sus primeras apariciones en Argentina y Chile, lo que habla sobre la importancia que la cultura nipona ha adquirido en esta parte del continente.
Seix Barral, 2023. Traducción y prólogo de Tana Oshima y prólogo de Alejandra Kamiya.
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