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Diego Fredes

Akira (1988): entendiendo la dualidad


Era una luz, podía verla desde lejos, en un principio era tímida, como esos animales del bosque que se niegan a asomar su cabeza por temor al cazador, luego, la luz se hizo más visible, como la estrella más brillante de la noche, solo que esta vez era de día.


Más y más brillante.


El cielo terminó de ser ese azul cálido de verano y se transformó en azul triste, esa clase de azul que se mezcla con gris, y la estrella seguía ahí, ahora era un sol frente a mis ojos. La luz me ha absorbido, y debería estar muerto, pero aquí estoy, comentando como nuevamente la luz me dio vida…

Tengo 26 años, y admito que tengo más información en mi cabeza de la que debería o quisiera tener, información de series, películas, libros, comics, en definitiva… de historias.


Las historias desde mi perspectiva hablan del mundo, la base de que podemos aprenderlas y relatarlas como un hilo conductor en la gran historia de nuestra humanidad. La parte de la esencia de los que nos hace humanos apela a eso mismo “contar las historias” y entender su significado seas de la cultura que seas y atribuirle a ellas gran parte de la base en nuestra comunicación y por sobre todo… sobre nuestras historias, tanto personales como de la humanidad misma.

Akira es un nombre japonés como obviamente todos se darán cuenta, y como todo buen nombre tiene significado, basta con darte una vuelta por internet y darte cuenta que su nombre significa “Luz”, “Claro”, “brillante” o “brillo”. Y en base a esa significancia es que encontramos a Akira de Katsujiro Otomo en el radar de las historias, una historia que habla sobre la destrucción y el renacimiento, del orden y del desorden, del poder y las debilidades, de la oscuridad y…de la luz. Una historia ligada como ya dije al significado de su nombre que nos habla de iluminación, iluminación de personas en la oscuridad, del desafío de ligar con una fuerza más allá de la comprensión humana y de alcanzar la luz pasando por la oscuridad.


Si escudriñamos más allá de la trama de esta historia (tanto del manga como de la película) nos encontramos con un desahogo, el desahogo de personas, el desahogo de la destrucción, el desahogo de la gente que vio como una estrella de luz brillante se avecinaba hacia ellos tímidamente y los llevó a vivir el horror y salir de ahí, renacidos y con la voluntad de seguir, en otras palabras: destrucción y renacimiento. Akira, un nombre y un significado, un significado y una historia, una historia y una realidad, una realidad y el deber de levantarse y llenar el mundo de una nueva luz y así… Akira tiene un nuevo significado.

Acompáñenme en este ensayo de la Cultura Pop en la página de Japonistas.


Tiempos de Miedo

Hace un tiempo llegué a la conclusión sobre que uno de los desafíos del cine y literatura de terror es inspirar miedo a niveles de individuo y a niveles de colectivo. Pero muchas veces ese parámetro de terror debe estar expuesto a la cultura de donde provenga ese terror, me explico. Cuando veo Alien de Ridley Scott siempre pienso en un terror a niveles de individuo, es un terror muy enfocado a los personajes que viven en ese momento los acontecimientos, como espectador empatizas con los personajes y eso condiciona a sentir terror con ellos a lo largo del film pero…solo con ellos. Por el otro lado está el terror más colectivo, el que se genera por una pandemia o invasión, en donde los personajes se sienten agobiados por un acontecimiento que puede cambiar sus vidas y de la humanidad para siempre, pero sabes como espectador que todo decanta en una sola cosa: destrucción, y la película en su conjunto lleva a eso, además que nuevamente los resultados emocionales de los protagonistas decantará en cómo está estructurada la cultura que rodea a los protagonistas, por ejemplo, Train to Busan es una película koreana de zombis que es más un drama en el contexto de invasión zombie que un espectáculo bombástico Hollywoodense.

Ahora…

Cuando empieza Akira me sucede algo: Ambos temores se suman en conjunto y en la primera escena.


Imaginen esto: Japón, un país cuya población civil hace 72 años fue testigo y víctima del ataque apunta de dos bombas atómicas -“una luz”- y que destruyó a su paso gran parte de ambas ciudades y de la población existente en las ciudades de Nagasaki y Hiroshima, y luego, 43 años después se estrena en Japón una película de animación basada en un popular manga de demografía Seinen llamado Akira, la gente se sienta en las butacas del cine, espera la proyección, la película empieza y la primera escena es la ciudad de Tokio siendo arrasada por lo que parece ser una gran bomba, solo imaginen el impacto, el shock, terror individual y colectivo que pudiera haber creado esa imagen, un terror cultural completamente justificable (y efectivo).

Explosión de Tokio 1988, una apertura impactante de la película de Akira.

Los días pasan, los meses y los años, el fanático promedio recomienda una y otra vez a Akira como una joya de la Ciencia Ficción (que lo es) pero el subtexto de la primera escena es de terror. Los años siguen pasando vemos a un Japón completamente opuesto al que se nos plantea como futuro dentro del film, pero el mensaje está ahí. Akira fue esa película tipo terapia de shock para una nación y para el mundo, fueron tiempos de miedo y seguirán siéndolo por mucho más mientras el fantasma del golpe a la nación y la cultura existan, pero mientras exista nuestra capacidad de interpretar, de conocer y contar historias siempre habrá una luz que seguir en tiempos de miedo.


Agentes del orden y el caos, la dualidad


Hablemos de la película, tenemos los siguientes elementos: una ciudad renacida de las cenizas, un Neo Tokio que está vivo pero cae en la decadencia política, social y religiosa, hay caminos sociales desperdiciados y la sombra (y luz) de un ser causante de todo esto: Akira.


Hay una base tensa en nuestra historia, seres involucrados en esta maraña de caos y extremo orden, una ignorancia de una ciudad completa que decide seguir símbolos y seres que ellos han decidido nombrar como sus nuevos salvadores pero sin saber que salvación será, ni quien es o son sus mismos símbolos o salvadores.


Otomo no deja al azar este espectro del contexto de su obra ya que es un contraste de sus vivencias, vivir en una época tan tensa como la postguerra y los tiempos de Guerra Fría dentro de una nación golpeada por un conflicto previo eran motivos de desahogo en sus obras y claramente en Akira se iba a ver explorado estos temas. Pero también hay un respeto a la cultura y por lo mismo siempre hay una existencia de dualidad empezando por aspectos culturales y sociales; entre las tradiciones del Japón expuestas en la música de la película y en sus concepciones filosóficas y la modernidad, modernidad que podemos ver representadas en el estilo arquitectónico, las luces de neón, la carrera armamentista y tecnológica, arrojando como resultado una sombra, la sombra del caos que trae un continuo mensaje: mantente en movimiento, el mundo avanza y no eres fuerte a menos que avances como el mundo dice que debes avanzar. Y para que el mundo avance, debes tener el arma más poderosa. Y al Japón tal y como lo conocemos ese mensaje es una advertencia constante. Y Otomo lo sabe, sus otras obras como Memories, Domu, Fireball, Steamboy y La Leyenda de la Madre Sarah son obras que mantienen una gran dosis de crítica a una humanidad que avanza más rápido de lo que es el eje de la tierra.

Y ante esa dualidad de conceptos todo se refleja en sus protagonistas: Kaneda y Tetsuo:

Kaneda es un líder, su banda ronda por las calles de Neo Tokio peleándose con otras, Kaneda es un líder, sí, pero de una banda de motociclistas caótica, sin ninguna clase de respeto por los ancianos que cruzan la calle o hacia el tipo que le vende la droga en un sucucho del bajo mundo con una rocola en su local, Kaneda es un gran líder y eso Tetsuo lo sabe. Tetsuo es lo opuesto, está en la misma banda, podría decirse que es el más débil de todos, el más tímido y callado y que muchas veces necesita de la protección de Kaneda. Tetsuo lo ama y lo odia a dosis iguales, lo admira y lo envidia, Tetsuo depende mucho de Kaneda, mas Kaneda no así de Tetsuo y eso provoca una crisis dentro de este último, una crisis de dualidad, como la del mismo Japón en proporción a su dualidad entre tradición y modernidad en la Postguerra, una que solo depende de un gatillante dentro de la historia, que en el caso de Tetsuo es tener un gran poder, ver la luz, la luz representada en el nombre del título: Akira.


Y luego estalla el caos, Tetsuo paulatinamente se va dando cuenta de este poder adquirido y rompe la base de esta dualidad y sus partes de odio y envidia florecen por sobre las demás y empieza un giro en su personalidad en lo que me gusta llamar "el camino del empleado". Tenemos a esta persona, un seguidor fiel de su líder pero al mismo tiempo lo ve como aquello que quisiera apuntar a ser o superar y no desde la visión más sana posible, eso dejar ver que el empleado busca la posición mas no el aprendizaje, busca llegar a una forma de poder en donde más que emplear un tipo de pensamiento para influir en los demás pretende buscar satisfacciones personales, y eso se nota en sus acciones. Lo primero que hace Tetsuo al liberarse es asesinar a aquel miembro de la banda que le insinuó que jamás podría tener la capacidad de manejar una motocicleta como la que ostenta Kaneda y decide dejar libre a su otro compañero para que pueda avisarle al mismo Kaneda del acontecimiento, un tipo de declaración de “mira quien es el débil ahora”.

Tenemos a un Tetsuo desatado ahora y sediento de más poder, un poder que solo puede obtener de un solo ser llamado Akira, tenemos a Tetsuo en una búsqueda, una más propia pero no exenta de destrucción, una donde es deificado por una sociedad que lo ve como el mesías prometido, una sociedad que Tetsuo sabe que está detrás de él pero en su poder le son indiferentes, cual mal líder que no ha aprendido nada.

Tetsuo en el descubrimiento de sus poderes.

Luz, destrucción y creación

Hay un tema con respecto a la luz, está la luz que alumbra el camino y la que enceguece, ya no es una dualidad, es un enfrentamiento de iguales, pero al mismo tiempo con enfoques distintos. La luz de Tetsuo es caos y la de Los Niños (personajes que en la película también los definen con poderes) es distinta, es una luz de guía, de conocimiento, de entender que la destrucción y la creación son la cara de la misma moneda y que no hay que abusar de un solo lado sino se generará una destrucción interna, en este caso para Tetsuo.


Akira resulta ser solo una colección de médulas para el estudio de su poder y eso solo genera decepción en Tetsuo que llega a perder su brazo en un enfrentamiento de egos con Kaneda después de esa revelación.

Al final de todo a Tetsuo solo le queda a Kaneda y viceversa y la luz enceguecedora de Tetsuo empieza a afectarle, le destruye y la última obsesión es la de conservar su actual poder, poder que se le escapa de las manos poco a poco, la luz le enceguece y lo lleva a desestabilizarse y perderse en su arrogancia hasta que no resiste más.

Es en este punto donde todo se vuelve más romántico, los niños invocan al poder de Akira para poder guiar al poder de Tetsuo a encontrar la luz en la oscuridad (o en la gran explosión de sus poderes en una gran expansión de luz) y es en esta parte donde el rol de Kaneda como amigo de Tetsuo se pone a prueba, Kaneda conoce el pasado de Los Niños y ve como ellos fueron probados para desarrollar sus poderes y dentro de aquellos muchachos se encuentra Akira, el único que ha alcanzado el poder absoluto, luego pasa a otro recuerdo en la mente de Tetsuo, es ahí donde ve como Tetsuo recuerda el haberlo conocido, compartiendo las penas que sentía, sus miedos y la confianza que este último depositó en Kaneda desde que ellos eran niños, en ese momento Tetsuo encuentra su propia luz que no lo enceguece sino que le muestra el equilibrio perdido de su dualidad, las cosas positivas de los momentos vividos con Kaneda. Una luz más débil lleva a Kaneda fuera de los límites de la explosión de luz causada por Tetsuo en conjunto a los niños que invocaron el poder de Akira, la normalidad vuelve alrededor del páramo de desolación a su alrededor, pero a través de la destrucción la luz refleja el camino a seguir, el camino de un líder que tuvo que enfrentar a su mejor amigo en la contra-parte de su ser, un líder que enfrentó al desafío de seguir adelante por sobre un poder más grande que el suyo y descubrirse a sí mismo entre su propia dualidad de ser un líder y enfrentarse a algo desconocido dentro de alguien que lo respetaba y envidiaba por partes iguales.


El viaje de Kaneda durante la película y manga es interesante porque es el viaje que podemos comparar con el Japón que es en nuestros días, un Japón que ha tenido que enfrentarse a lo desconocido, a lo destructivo, a aquella luz enceguecedora y destructiva, pero que pese al trauma los llevó hacia adelante, a construir esa nación que hoy en día asociamos a la tecnología, a un empoderamiento cultural tremendo y no por sobre sus avances, sino en paralelo que tienen. Japón ha entendido de los conceptos de la dualidad más allá del prostituido Ying y Yang, es algo que ha empleado en toda su cultura, en toda su historia y en todo su conocimiento adquirido a través del tiempo, conocimiento que ha podido dar cabida a una historia como Akira, una historia sobre la luz y como esta puede traer destrucción y renacimiento.

Todas las imágenes usadas en este artículo son: copyright 1988 by The Akira Committee.

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