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Dibujos de Hiroshima, de Marcelo Simonetti

¿Por qué no me puedo arrancar Hiroshima de mis recuerdos? No pienses que no me gusta Valparaíso. De hecho, me encanta: su ritmo, su gente, la proximidad del mar, las calles en los cerros hechas para perderse. Su cielo a la hora del crepúsculo.

Ryu Nakata – Dibujos de Hiroshima

Dibujos de Hiroshima, el reciente libro del destacado escritor Marcelo Simonetti, comienza con un fin, lo que quizá nos evoque la visión más emblemática que solemos tener de Japón: ese hermoso baile final de los pétalos de cerezos al viento. Esta es una historia que conecta Japón con Chile, Hiroshima con Valparaíso, un abuelo con su nieto, y que inicia con las palabras finales pronunciadas por Ryu Nakata, un japonés oriundo de Hiroshima que, al igual que muchos de sus compatriotas, cruzó junto a su familia todo el océano Pacífico a principios del siglo pasado para encontrar un nuevo hogar en Latinoamérica.



Pocas ciudades en el mundo pueden contar una historia tan cruel y de tanta resiliencia como Hiroshima, así como pocas ciudades tienen la magia y una literatura viva a la vuelta de la esquina como Valparaíso. Esta combinación que puede resultar extraña para algunos, en manos de Marcelo Simonetti, cada doblez calza a la perfección como si fuera una hermosa grulla de origami. El puerto de Valparaíso sirve como origen y lugar de partida de Yasuhiro Nakata, un joven universitario de carácter solitario, pero con una mente inquieta. Hiroshima, por otra parte, es la ciudad de sus ancestros y la última palabra que Ryu, su abuelo, pronuncia dos veces antes de fallecer. Para Yasuhiro, “Hiroshima” guarda un significado especial, uno más allá del evidente, y esta idea toma fuerza cuando descubre poemas y cartas de su abuelo que lo muestran en una faceta desconocida. Es esta misma fuerza que impulsa a Yasuhiro a emprender un viaje hasta la misma ciudad japonesa solo para desentrañar un secreto mayor.


Al igual que una buena obra literaria japonesa, nada en Dibujos de Hiroshima queda al azar. Ni las menciones a diversos autores como Kenzaburo Oé, reconocido por ser activista en movimientos antinucleares y antimilitaristas o John Hersey, el primer corresponsal de guerra en publicar los horrores de la bomba atómica al público estadounidense, ni la banda sonora de la película Violines en el cielo, filme que ganó el Oscar en la categoría Mejor película extranjera en el año 2009, cuyo mensaje es señalar la muerte como la entrada a una nueva etapa. Es particularmente acertado mencionar Violines en el cielo (en japonés, おくりびと Okuribito) en un momento en que el protagonista se siente desmotivado y confundido mientras permanece en el pequeño departamento que arrienda en Hiroshima. No mucho después comprenderá que la muerte no es más poderosa que el amor y el perdón, dos conceptos que marcan este viaje hacia el Japón de sus antepasados y que le permitirán enfrentarse a su propia identidad.


Sin embargo, aunque la trama gire en torno a los Nakata, son las dos figuras femeninas principales que ensalzan y entregan diversos matices al relato. Ambas muy diferentes, aluden al Japón tradicional y el contemporáneo. Conocemos primero a Akiko, una joven de carácter fuerte quien, pese a no llegar al desenfado de Midori, personaje icónico de Tokio Blues de Haruki Murakami, tiene el toque de frescura que hace recordar a muchas de las protagonistas de este afamado escritor japonés. Es Akiko quien toma las riendas de varias situaciones, dándole ritmo a la trama y provocando situaciones que ayudan a armar el puzle de la búsqueda compleja de Yasuhiro. Por otro lado, Natsuki, a quien solo la conoceremos por medio de cartas, fácilmente podría ser la bella y misteriosa protagonista de un cuento de Kawabata. Su sensibilidad nos transporta al pasado, a la época marcada por la gran incertidumbre de la guerra.



Literatura a la japonesa


En Chile, en donde los descendientes de japoneses llegaron en menor escala si lo comparamos con el resto de nuestros países vecinos, la categoría “literatura nikkei” es inexistente. Sin embargo, Marcelo Simonetti con esta novela de 200 páginas ha sido capaz de capturar la esencia de muchas interrogantes que cada descendiente japonés ha tenido alguna vez en la vida: el sentimiento de una búsqueda a ciegas, los recuerdos fantasmas y el constante balance entre dos culturas que a simple vista parecen muy opuestas. Aunque en el libro no se aborda con profundidad, sí fue un hecho real que muchos japoneses en Chile y sus familias tuvieron que recurrir al olvido de sus raíces para poder rearmar una vida lejos de los prejuicios, racismo e incluso persecución política. La pérdida del idioma debe ser uno de los temas que los descendientes más jóvenes solemos resentir de manera especialmente dolorosa. No obstante, con Dibujos de Hiroshima queda evidente que no se necesita tener sangre japonesa corriendo por tus venas para expresar con veracidad las luces y sombras y la mixtura de cultura e identidad que se desprende del país del sol naciente. Hay que dejar en claro también que Simonetti no es ajeno a las letras niponas. Esta historia tiene su génesis en un cuento a pedido publicado en el libro El fin del mundo de Ediciones B de 2015 con motivo del aniversario 70º del término de la Segunda Guerra Mundial. Incluso podemos decir que la inquietud de Simonetti por Japón nace de mucho antes, en el entonces niño de ocho años que no da crédito al ver por primera vez en su vida la imagen destructiva del hongo nuclear [1]. Es ese horror que caló en el autor que ahora sale a la luz convertido en una novela de encuentros, de dolor, pero también de una belleza digna de un haikú.


Simonetti, tal como antes lo hizo Ariel Takeda con la novela El nikkei. A la sombra del samurái y Felipe Jordán Jiménez con El señor Matsuda, abre una puerta a un mundo fascinante, pero todavía bastante poco explorado por los novelistas chilenos. No cabe duda que estamos lejos a la producción literaria nikkei de Perú o Argentina, sin embargo, me atrevo a decir que Dibujos de Hiroshima posee el mérito suficiente como para impulsar una nueva categoría literaria en Chile.






Aniversarios personales


A días de conmemorar los 75 años del bombardeo a Hiroshima y Nagasaki, hito que cambió el rumbo de la nación japonesa, marcando la rendición de un imperio, Dibujos de Hiroshima nos lleva a repensar la memoria. No solo la colectiva o propiamente histórica, sino también la personal. Yasuhiro se da cuenta tarde de la importancia de escuchar las historias de boca de los propios protagonistas. De acuerdo a entrevistas dadas a diversos medios, el propio autor ha contado que su inspiración provino de la experiencia personal con sus abuelos –personajes ensimismados, poco dados a las conversaciones, algo ermitaños– para recrear a los protagonistas de su libro, como una forma de saldar una deuda de distancia emocional [2]. Ante esto, no puedo evitar preguntarme si conocemos de verdad a las personas con las que convivimos a diario o si tenemos noción de la juventud de nuestros abuelos. Escribo esto justo cuando se cumplen 15 años de la primera gran pérdida en mi vida. Mi abuelo –y padre a la vez– falleció un día gris y gélido de agosto. Y aunque el dolor ya no es tan intenso como en los primeros años, hay algo que no cede ni cederá jamás. Es el mismo estremecimiento que tiene Yasuhiro cuando se pregunta por qué hay un vacío inconmensurable en nuestras historias. Damos tanto por sentado y la vida pasa tan rápido frente a nuestras narices que a veces no somos capaces de distinguir las auténticas prioridades de la vida. Me emociona pensar que Ryu Nakata y mi abuelo miraban ensimismados desde el mismo punto, el mismo mar, en la misma ciudad. Me da risa imaginar aparecerme en los sueños de alguien como Akiko, caminando entre los cerros de mi Valpo, yendo a tomar cerveza al Roma y ver las lanchas en un suave vaivén desde el muelle Prat. Y me cuenta tomar distancia de Diarios de Hiroshima y comentarlo solo como un libro de ficción. No puedo escribir esto sin sentir nostalgia por el pasado y angustia por las ausencias que han marcado mi vida. Cuando cada pasaje del libro es territorio conocido, tanto el geográfico como el emocional, no logro dimensionar cuándo comienzo a leer la historia de Yasuhiro y cuándo comienzo a leer mi vida. Al término de esta novela, me descubrí preguntando por qué hasta hoy busco la ciudad de Sendai en todas partes. Colecciono películas y libros en donde aparezca su nombre como un burdo intento por sentirme en contacto con eso que no conozco, pero que es parte de mí. No es que mi ciudad, Valparaíso, no me sea suficiente. Sin embargo, al igual que Ryu Nakata, el abuelo del protagonista de Dibujos de Hiroshima, siento que no puedo arrancar Japón de mis pensamientos. Por mucho que lo intente.


Al final del día, cuando te encuentras con la prosa clara y conmovedora de Marcelo Simonetti, agradeces por el tiempo que disfrutaste con tus seres queridos, las historias contadas y las que tendrás que rellenar con imaginación. Agradeces por todas esas personas que has encontrado en el camino que te han apoyado a encontrar tu espacio en el mundo. Por obras como Dibujos de Hiroshima dan ganas de seguir leyendo ficción.


 

Le gusta la idea de habitar la vida recordada y por lo mismo le gustaría tener, ahora, más tardes conversadas con el abuelo, más palabras suyas en su imaginario, haber oído más su risa para volver a ella las veces que hubiera querido. Recordar a alguien es también una forma de conversar con él, piensa.

Dibujos de Hiroshima


 

Ficha técnica:

Título: Dibujos de Hiroshima

Autor: Marcelo Simonetti

Año: 2020

Número de páginas: 200

Editorial: Emecé, Editorial Planeta Chilena

Ilustración de portada: Ikenaga Yasunari



























 

Referencias:




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