La dificultad de comprender el mundo: Indigno de ser humano, de Osamu Dazai
En la primera mitad del siglo XX (o fines de de la era Meiji) surgió en la narrativa japonesa un estilo denominado watakushi-shōsetsu o shishōsetsu, que suele traducirse como “novela del yo”. A pesar de que en un comienzo aunó solo a un puñado de autores, con las décadas este estilo tuvo fervientes herederos, entre los que se contó Osamu Dazai. Indigno de ser humano (Ningen Shikkaku, 1948), la última novela publicada en vida por el autor, además de ser su obra más aclamada junto a El ocaso (1947) es una gran representante de este movimiento a la vez que un clásico de la literatura nipona.
Shūji Tsushima (el verdadero nombre de Osamu Dazai, su seudónimo) nació en 1909, en Kanagi. Representó la figura de lo que en occidente suele denominarse “escritor maldito”, pues lidió con problemas de todo tipo que terminaron por llevarlo a consumar lo que fue su quinto intento de suicidio en 1948, a los 38 años: con su familia, sus relaciones interpersonales, con la literatura y la sociedad de su tiempo. Por este motivo, Indigno de ser humano puede ser erróneamente tomada como una novela autobiográfica al pie de la letra, lo que en su momento se criticó como un “exceso” en el ambiente literario japonés, en pleno esplendor del movimiento. Si bien es verdad que muchos episodios de la vida de Dazai son narrados fidedignamente en su última novela, no hay que olvidar que esta cumple a cabalidad con ciertas “reglas” que abanderó el shishōsetsu, tales como una escritura diáfana y directa o menciones literarias que demuestren erudición de manera coloquial. Finalmente, su estructura de finísima urdimbre hace énfasis en lo mismo, por más que sea un tema discutido hasta la saciedad, en Japón y en todas partes: que la ficción se nutra de la vida personal de su creador no le quita el estatuto de ficción y obra de arte.
La novela se compone de tres “Cuadernos de notas” en los que Yozo, un muchacho japonés de provincia y familia acomodada, se dedica a desentrañar en primera persona algunos de los hechos que lo han marcado en su corta pero ajetreada vida. Antes y después de estos cuadernos se agregan breves anotaciones de un lector ajeno a Yozo, desconocido, quien informa sobre el origen de los mismos. Antes de presentarlos, este lector opina sobre tres fotos del individuo en cuestión, que presumiblemente acompañan a los textos. Tras observarlas, concluye que “(…) Nunca hasta entonces había visto un rostro humano tan extraño”.
En el “Primer cuaderno”, el más breve, Yozo rememora las circunstancias en que se desarrolló su niñez y se comenzó a forjar su carácter, la antesala de los problemas que este le ocasionará con los años. El “Segundo cuaderno” repasa el término de sus estudios secundarios, el ingreso maltrecho a los estudios superiores y un primer contacto con otro tipo de interacciones humanas: los vicios, el sexo, la política, etc. Las nuevas experiencias solo parecen acarrear confusión, y comienza a hacerse patente para Yozo que hay un problema entre él y todo lo que le rodea. Una verdadera incapacidad para sobrellevar los asuntos más superficiales de la vida. Pronto aparecerán conflictos más concretos, como problemas de dinero, con la justicia y con su familia. Las primeras tentativas de suicidio afloran.
El último cuaderno empieza a eso de la mitad del libro, es el más extenso y se divide en dos partes más o menos iguales. Ambas constituyen, a mi juicio, los puntos más álgidos de la novela, en cuanto a la tensión y el vértigo al que se ve expuesto Yozo por lo que la vida le va poniendo delante, y también el lector, por la rapidez con que todo se sucede de una forma errática, que no permite adelantarse a las consecuencias de cada acción, si bien hay señales de lo que traerán consigo los años en que el protagonista comienza a internarse, con verdadera dificultad, en la adultez.
El rasgo principal de Yozo es su tendencia a llevar una doble vida: la que mantiene exteriormente, en su relación con los demás, y la que lleva dentro de sí, atormentándole. Su infancia como el hijo menor de una familia numerosa, con padres ocupados, le lleva a la soledad afectiva, y comienza a desarrollar una personalidad triste e inestable que teme develar a sus semejantes. Es entonces que emprende la misión de ser un bufón, de que los otros lo acepten, lo quieran y lo respeten por la calidad de sus bufonadas. Y se esfuerza en ello, pues admite: “Pese a que temía tanto a la gente, al parecer era incapaz de renunciar a ella”. Ese es el motivo por el que no se involucra casi en las vidas particulares de cada uno de los suyos. Acepta reprimendas en silencio e imita lo que ve, un mundo de modales y normas rígidas: así, nadie se enterará de lo que guarda en su interior. Esto trae consecuencias feroces, como que no acuse a los criados que abusan sexualmente de él ni pueda esclarecer de algún modo sus dudas sobre lo hipocresía latente de las relaciones humanas, cuestiones que le marcarán de por vida.
La bufonería de Yozo funciona más o menos bien durante algunos años. La secundaria, bajo este modo de vida, se le hace soportable más allá de las ocasiones en que teme que su verdadera naturaleza quede al descubierto, pero zafa. Los problemas se vuelven más concretos cuando adviene el enfrentamiento con el “mundo real”, pues los límites de su papel se hacen visibles. En una sociedad de relaciones feroces, donde el protagonista se ve por primera vez expuesto al “ardor y orgullo de la juventud”, sencillamente no hay cabida para un carácter como el suyo. De hecho, los personajes de esta novela orbitan alrededor de Yozo como los guías de este por distintos aspectos de la sociedad, con resultados de todo tipo. Él, consciente de sus lastres, se deja llevar por los planes que otras y otros elaboran para su vida, y se desenvuelve acorde a ellos, incluso en torno a lo más básico del día a día. Respecto a lo último, admite: “Lo cierto es que yendo solo cuando me subía al tranvía me daba miedo el cobrador, al entrar al teatro Kabukiza me atemorizaban las acomodadoras alineadas a ambos lados de la escalera alfombrada de la entrada principal, si me encontraba en un restaurante, me crispaban los nervios los camareros que andaban por detrás de mí, pendientes de llevarse los platos vacíos”.
Vale mencionar otro aspecto en que se hace presente cierta especie de bufonería, y es que el estilo de los cuadernos del protagonista se alinea con destreza a los ánimos descritos. La prosa es limpia, y a momentos puede llevar a pensar que incluso es objetiva, pero de pronto desliza juicios extremos que lindan el ridículo, comparaciones exageradísimas o cambios de opinión contradictorios. La inestabilidad de Yozo se hace presente también en su escritura. Este es uno de los mayores aciertos de Dazai, que construye una narración consciente de sí misma, engañosa y astuta, que parece querer desconcertar al lector. Hacerle partícipe del desconcierto de un muchacho que cree no ser digno de ser humano. Por algo el “Primer cuaderno” se abre con estas líneas: “Mi vida ha estado llena de vergüenza. La verdad es que tengo la más remota idea de lo que es vivir como un ser humano”. Y también en este sentido Dazai es hábil. Su personaje es incapaz, pero no inocente ni víctima: el título de la novela es una conclusión antes que un juicio. Solo después de un arduo y tortuoso recorrido por la sociedad de su tiempo Yozo puede sentirse indigno de ser humano, y este recorrido es en verdad delirante.
Una verdadera novela de “deformación”, si la comparamos al modelo de la así llamada “Bildungsroman” o novela de aprendizaje. Lo que Yozo aprenderá en aquellos años lo desaprenderá a la fuerza, y es que lo que reina en este mundo es el absurdo, el descalce comunicacional entre la gente, el desbalance de en la supuesta concatenación de las consecuencias. El recorrido al que Dazai somete al lector hasta hacerle llegar a estas conclusiones es en verdad devastador. Porque a pesar de que su título podría darnos una idea de lo que viene, esta, al menos en mi caso, se quedó por muy debajo. Y así como en cierto momento el humor para el protagonista abandonará sus efectos, también lo hará en la escritura, que poco a poco se vuelve sórdida y oscura.
En conclusión, el valor de Indigno de ser humano radica en varios sentidos, todos dignos de mención. Se perfila como una obra universal, demostrando su actualidad en sus últimas adaptaciones a anime, como en algunos capítulos de Aoi Bungaku (2009), ciertos aspectos de Bungo Stray Dogs (2016; primero fue un manga, lanzado en 2012) o en la película de animación Human Lost de Fuminori Kizaki, una adaptación distópica del libro, que se estrenó tan solo el mes pasado. Esto sin contar la manera en que Dazai maneja las expresiones íntimas, que hace que aún hoy la lectura sea amena y comprendamos (incluso cuando sus acciones y juicios podrían impulsarnos a odiarlo) los derroteros internos de Yozo, narrados con una profundidad meticulosa hasta el último detalle. A la misma vez, el libro refleja de manera clara los problemas que la sociedad japonesa presentaba al individuo en una época de cambios radicales, provocados por la llegada de influencias de todo tipo desde el exterior. Yozo se ve, de hecho, envuelto en algunas de ellas; en los movimientos intelectuales y artísticos que ocasionó la influencia europea (de lo que el propio shishōsetsu es una respuesta) como en los nuevos horizontes políticos, con la llegada del comunismo. Esto sin contar los conflictos de raigambre interna que Japón sufrió en la década del 30, en la cual se desarrolla la novela.
La versión que leí es la que publicó Editorial Sajalín, en su colección Al Margen, cuya última reedición se lanzó en 2019. La traducción usada es la de la escritora española Montse Watkins (1955 – 2000), que vivió en Japón gran parte de su vida, dedicando su tiempo a la traducción de varias obras del país nipón al español y al estudio ensayístico de la marginación de los nikkei latinoamericanos. También escribió ficción, en la que deja traslucir sus influencias japonesas.
Bibliografía:
La información respecto del shishōsetsu fue consultada en la tesis de “La representación de la muerte en la obra de Oe Kenzaburo y Juan Rulfo” (2017), escrita por Marcos Ruvacalva para optar a la Maestría en estudios de Asia y África, en El Colegio de México. En ella se hace una breve discusión bibliográfica sobre el origen del término.
El blog DetrásDelSol también ofrece una discusión interesante en el artículo “Confluencia (o una “novela del yo” a la japonesa). Disponible en: https://matchiappe.blog/2017/09/24/confluencia-o-una-novela-del-yo-a-la-japonesa/
La información biográfica de Osamu Dazai fue consultada en diversas notas introductorias escritas por Montse Watkins para las publicaciones de sus traducciones del escritor japonés, como también en las de Daniel Aguilar, otro de sus traductores.
Para información sobre Montse Watkins, puede consultarse la página dedicada a su vida y obra: http://www.montsewatkins.net/libros.html