Algo que brilla como el mar, de Hiromi Kawakami
Cada vez que ingresaba a revisar literatura japonesa disponible en las librerías de nuestro país, llamaban mi atención las portadas y títulos de la autora Hiromi Kawakami. Por una extraña razón sentía que había algo mágico en ellos. Fue por eso que este mes me decidí a conocerla y elegí su novela Algo que brilla como el mar.
El libro nos presenta a Midori Edo, un joven adolescente japonés que vive en una pequeña casa en Tokio junto a su madre, Aiko, y su abuela Masako. Una abuela a la que durante mucho tiempo creyó su madre debido a que Aiko durante años no actuó como tal, sino más bien era una especie de hermana mayor. ¿Y el padre? Bueno, él venía constantemente a la casa de los Edo a saludar, comer y tomar cervezas, como una simple visita. Es más, Midori no se enteró de que este hombre, Otori, era su padre hasta aproximadamente los 10 años.
Cuando no estaba en casa con su familia, Midori compartía con sus mejores amigos: Hanada y Mizue. Hanada era un chico de la misma edad, pero que ya había dejado atrás esa inocencia infantil que uno podía ver en Midori. Y Mizue era la chica del grupo y la “amiga especial de Midori”. No le digo polola, porque si bien compartían mucho juntos e incluso ya habían tenido relaciones sexuales, Midori seguía actuando con ella como amigo. Mizue se sentía enamorada de él y constantemente buscaba que Midori le declarara su amor, pero el joven protagonista no era capaz de descifrar lo que sentía por ella ni menos atreverse a decírselo.
Esa dificultad de no saber lo que realmente quería iba más allá de su relación con Mizue; en realidad Midori atravesaba una etapa en que le es difícil identificar lo que siente en general porque de alguna manera su vida está un poco cargada hacia la apatía. No es que no fuese capaz de experimentar sensaciones o emociones, sino que simplemente experimentaba muchas cosas, pero nada lograba sacudirlo de verdad. De alguna manera, hasta lo más sorprendente llegaba a ser algo “común y corriente” para él. Algo similar vivía Hanada, quien cada día sentía que poco a poco estaba perdiendo su capacidad de diferenciarse con el mundo y que, como insecto atrapado en una gota de savia, se sentía pegoteado a la vida. Pero su personalidad lo hizo ir un poco más allá; decidió buscar una manera externa para hacer esa diferenciación, por lo que durante un tiempo, osó salir a la calle vestido de mujer con el propósito de romper con esa sensación.
Hasta ahora les he presentado a los personajes y descrito un poco el escenario del libro, pero podrían preguntarse en estos momentos, ¿de qué se trata el libro entonces? Como me ha pasado ya con otros libros de la literatura japonesa, me es bastante difícil poder entender de qué se tratan. Es más, me ha tomado mucho tiempo poder escribir esta reseña, porque no sé decir con exactitud de qué tratan. No sé poner en palabras la historia contada en sus páginas porque creo que este libro, como varios que el leído en este ciclo aportando al equipo de Japonistas, comparten una característica que hasta ahora solo he visto en la literatura japonesa: no buscan contar una historia, sino más bien, son libros que nos hacen ser testigos, durante el tiempo que dure nuestra lectura, de las vidas creadas por los autores para los personajes.
Mientras leía esta novela, pensaba una y otra vez, “esto es como el cine arte en el mundo de las películas”. En general, las películas de cine arte que he visto me dejan esa misma sensación: durante dos horas soy testigo de una historia. Esa historia no me pertenece, no tiene porque ser revelada completamente, sino que el director, en el espacio que él ha definido, me permite presenciar lo que pasa en la vida de los personajes. Y una vez que aparecen los créditos, la historia sigue. Esos personajes siguen vivos, pero no para mis ojos. Fue esa misma sensación que me quedó al terminar de leer. En esta bellísima narración, la autora nos muestra esos pasajes de la vida de este adolescente y su relación con la familia y amigos. Y, sobre todo, sus reflexiones respecto a lo cotidiano del día a día. Tan simple y profundo como eso.
Al introducirnos en la lectura, vamos siendo testigos de cómo esta humilde familia ha salido adelante, con el esfuerzo de la abuela en un inicio y ahora con el trabajo extenuante de la madre y con la presencia de este padre que —si bien nunca ha cumplido con este rol como tal— ha acompañado a la familia en la cotidianidad casi desde siempre. Vemos también a estos chicos comenzando a vivir las experiencias del amor, el despertar y la búsqueda de la identidad sexual, en definitiva, descubriendo quienes son. En resumen, presenciamos la vida de adolescentes adentrándose en el puente que poco a poco los llevará a la vida adulta.
Pero más allá de la historia en sí, desde un comienzo me llamó la atención la manera en que está escrita. Para mí, 100% de la magia que tiene este libro tiene relación con la manera en que está narrado. La autora encuentra la manera de transmitirnos tan claramente la esencia de cada uno de los personajes mediante la forma en la que ellos se expresan. Y, sobre todo, en la forma en que Midori nos transmite sus más íntimas reflexiones. No podría decir que son grandes reflexiones filosóficas, para nada. Pero ciertamente nos transmite hasta las más mínimas, inocentes y disparatadas reflexiones que se le vienen a la cabeza, esas que solo forman parte de su mundo interno. Esto le brinda al libro una liviandad muy agradable. Al menos a mí, me causó placer leerlo. Me atrevo a decir que hay algo mágico en cómo está creado el personaje. Se nota que Midori ha aprendido que la vida no es blanco o negro, sino que es el color gris el dominante en muchas ocasiones, y al entenderlo, lo hace ser más maduro que un joven normal. Pero, por otro lado, al leerlo uno podría sentir que nunca dejó atrás la inocencia de su edad. Y eso fue algo que me cautivó del personaje.
Debo reconocer que estoy bastante acostumbrada a los libros que tienen muy definida cuál es la historia que quiere transmitir. O sea, libros en los que el inicio, clímax y final de la historia es bastante evidente. Claro está que esta historia no se comporta de la misma manera, por lo que mientras leía, una parte de mí no pudo evitar estar todo el rato pensando, “¿de qué se trata esto?”, “¿cuál es el clímax?”, “¿cómo va a terminar?”. En el resto de las ocasiones, simplemente disfrutaba del placer de leer un buen texto. Esto es unas las cosas maravillosas del libro y de la autora: lograr hacer que te intereses en acompañar a Midori mientras vive sus días de adolecente en Tokio. Una historia tal vez sin gran épica, sin grandes hazañas, sin ese antagonista que de alguna manera le da vida al protagonista. No. Algo que brilla como el mar, carece de esos elementos tan típicos que al menos yo aprendí en el colegio, pero es tan rico como puede ser la vida de una persona si le ponemos atención. Además, el lenguaje utilizado para su narración lo hace particularmente bello y que vale la pena leer.
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