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La flora del Japón bajo el pincel de Sei Shōnagon: árboles y arbustos en Libro de la Almohada

Mi cercanía con Japón inició cuando tenía apenas doce años, era un pre-adolescente. A diferencia de otros niños de mi edad, no fue el anime ni el manga el aspecto que llamó mi atención. La rica cultura que involucra a Asia del este provocó en mí una serie de conflictos traducidos en un problema de distinción entre pueblos, lo que podría ser entendible para un “sujeto occidental en desarrollo”. Hasta ese momento solía confundir improntas, estéticas, idiomas y conceptos de lo que es Corea, China y Japón. No sabía particularizar muy bien sus manifestaciones culturales, lo que llegó a causarme angustia y, a veces, molestia. No obstante, mi gusto por Oriente fue un aspecto que maduró conmigo, lo que implicó una profundización de mis conocimientos en el área. La historia más antigua del Imperio del Sol Naciente es un tema que sueño cultivar a futuro, empero, lo anterior es producto de esta madurez ya mencionada. Mi infancia fue una etapa digna de rememorar, pues, crecí entre árboles, arbustos y un complejo entorno natural dentro de una zona rural de la Región de Valparaíso, Chile. Aquellas vivencias forjaron mi identidad, tanto así que hasta el día de hoy me considero un amante de la flora y diversidad paisajística de mi tierra de origen, y de aquellas civilizaciones que, como historiador, me han apasionado desde mis edades más tempranas.


En la actualidad, puedo acceder a fuentes clásicas del Japón, las que me proporcionan una mirada cercana para estudiar el pasado más prístino de este pueblo. Alrededor del año 1000, una mujer de corte, Sei Shōnagon, escribió un texto llamado “El libro de la almohada”, donde describe sus vivencias, pensamientos, apreciaciones, sentimientos, entre otras cosas, en la imponente Corte del antiguo Heian-kyo (actual Kioto). Hija de su época y perteneciente a una categoría social determinada, fue una dama de la corte que ostentaba una alta cultura, basada en los conocimientos ancestrales, la religiosidad, el pasado más remoto del archipiélago, la impronta china y, como veremos, el entorno natural que la rodeaba. Sin duda alguna, el texto es imprescindible para comprender y estudiar el escenario político, social y cultural de la Era Heian (794-1185), reconocida por su emergencia artística y literaria, y teniendo como epicentro a la ciudad que le dio su nombre, Heian-kyo (Kioto).


Sei Shōnagon en el Hyakunin Isshu, s. XII


No obstante, el nexo que puedo establecer entre la lectura de la fuente del s. XI y mis nostálgicos recuerdos de infancia se traduce en las referencias que realiza la autora a la flora, tanto natural como artificial, del espacio geográfico que la involucra. Esto hace posible estudiar, conectar, conocer y despertar interés por la vegetación autóctona, el arte de la jardinería y la trascendencia simbólica que se le ha otorgado a ciertas especies en la cultura nipona.


Antes de explayarnos, es necesario precisar que Sei Shōnagon escribe desde un lugar geográfico específico, que es la ciudad de Heian-kyo (Kioto), en la prefectura del mismo nombre, región de Kansai. Esta, además de contar con un clima templado lluvioso, que se traduce en veranos bastante calurosos e inviernos donde la nieve se deja caer, está ubicado en un valle, lo cual incide en el microclima de la ciudad.


Respecto a la zona forestal imperante en la región, podemos hallar una preponderancia del bosque caducifolio de hoja caduca, presente en zonas templadas, frías, y característico en China, Corea, Siberia, Europa septentrional y central, América del Norte y la zona austral de América del Sur. Su principal característica recae en la pérdida de sus hojas durante el otoño, lo que provoca un gran follaje de colores cálidos intensos. En Chile es posible hallarlo en zonas como la región de los Ríos, los Lagos y en la Patagonia. Partamos citando la fuente e interpretando el entorno natural. En la sección “Vientos”, la autora nos describe poéticamente características de la vegetación presente a modo general, donde es posible identificar los atributos de este tipo específico de bosque,


“Hacia el final del noveno mes y comienzos del décimo, el cielo se nubla, soplan fuertes vientos y las hojas amarillas caen suavemente al suelo, sobre todo de los cerezos y los olmos. Todo esto provoca una placentera sensación de melancolía. Durante el décimo mes, me encantan los jardines que están llenos de árboles” (1)


Sei Shōnagon hace especial alusión al follaje de los árboles que, hacia el noveno y décimo mes, que vendría siendo, aproximadamente entre octubre y noviembre, las hojas se vuelven amarillas y caen al suelo. En dos líneas, y de manera sutil, nos indica la existencia de bosque caducifolio en las zonas adyacentes.


Bosque caducifolio en los alrededores de Kioto


Más atrás, la autora es precisa en describirnos diversas especies de árboles que crecen en los alrededores de los sitios por donde esta transita. El texto cuenta con una sección específica tildada “Árboles”, donde nos adentra en el mundo de la flora regional,


“El arce es un árbol insignificante, pero sus hojas con tintes rojizos orientadas en la misma dirección se ven hermosas en sus ramas, y hay algo encantador en las flores, frágiles como insectos disecados”.(2)


Más allá de las apreciaciones que puede presentar la autora sobre este árbol, es importante destacar que el arce es un árbol característico de la región, que además se presenta en todas las zonas de bosque caducifolio del país. Sus hojas no pasan desapercibidas en la época otoñal del hemisferio norte.


Arce palmado japonés


En otro párrafo, en el apartado “¡Qué delicioso todo!”, es posible inferir que la autora hace mención a esta especie de bosque templado, pero aludiendo a la estación de primavera,

“¡Qué delicioso todo en la época del festival! Las hojas, que todavía no cubren los árboles muy tupidamente, se ven verdes y frescas!”(3)


Debido a la fecha en la cual la primavera se hace presente en Japón, probablemente el festival aludido se trate del Aoi Matsuri, pues es llevado a cabo anualmente cada 15 de mayo.


Los arces son una especie integral del bosque templado japonés


La autora también hace mención a especies autóctonas del archipiélago que, aunque sean consideradas dentro del “bosque templado”, poseen hoja perenne, es decir, permanente en todas las estaciones del año. En la misma sección, “Árboles”, la autora nombra especies como el roble, el alcanfor y el ciprés hinoki. Sobre este último, Sei Shōnagon, en el apartado “Árboles”, expresa lo siguiente,

“No hay oportunidad de ver un ciprés hinoki muy a menudo, pero el palacio de “las tres colinas, cuatro colinas” fue levantado con la madera de este árbol”(4)


Según lo descrito en estas líneas, podemos dar cuenta de dos aspectos trascendentales. En primer lugar, la existencia de bosques de ciprés en los alrededores de la ciudad imperial. La construcción de complejos palaciegos con su madera podría significar la abundancia de este en el área circundante a la urbe. En cuanto a lo anterior, la autora precisa en el apartado “Árboles” un escenario que daría respaldo a esta idea,


“Es raro toparse con un ciprés de hojas anchas y no tengo mucho qué decir sobre él, pero sé que los peregrinos que retornan a Mitake suelen traer ramas de este árbol como recuerdo”.(5)


Rama y semillas del ciprés hinoki


Su mención en la obra indica la existencia de la especie no solo en los alrededores de Kioto y en la actual provincia de Kansai, sino en diversas zonas geográficamente afines del país. Por otro lado, el acto de ocupar la madera de ciprés para las edificaciones, nos indica un hito trascendental en la historia de la arquitectura tradicional japonesa. Las techumbres de construcciones clásicas de Japón como la del Pabellón Dorado de Kyoto (Período Muromachi) y de algunas partes Castillo de Niijo (Período Edo), están hechas con este material, y su superficie lisa es una característica auténticamente nipona, que se desvincula completamente de los “tejados” importados de China. Si bien ambas obras mencionadas pertenecen a épocas posteriores, el escrito nos estaría revelando los cimientos de esta tradición arquitectónica.


Puerta del Castillo Niijo, en Tokio


Siguiendo con la idea de los bosques templados, donde se cruzan especies caducifolias y perennifolias, en “Árboles” la autora hace mención a esta correlación desde un ámbito metafórico y fuertemente emotivo, sin prescindir de la descripción de la flora colindante,


“El arce y el pino de cinco agujas, el sauce y el naranjo. El espino chino tiene un nombre casi vulgar, pero cuando a los otros árboles se les han caído las flores, sus oscuras hojas rojas brillan de una manera increíble en medio del verde”.(6)


Mientras el arce adquiere de color cálido en el otoño, el pino de cinco agujas se mantiene intacto a través de las estaciones del año. Lo mismo ocurre con el sauce, que a su vez es una especie comprendida dentro del jardín tradicional japonés. Este se desprende de sus hojas en la primera estación del año, las cuales adquieren un color amarillo verdoso durante el proceso, al contrario del naranjo, que destaca por la permanencia de sus hojas.


Pino japonés de cinco agujas o pinus parviflora


Sauce llorón al lado de un estanque


Naranjo japonés o Fortunella japónica


Sobre el espino chino, debemos considerar que es una especie autóctona de Asia del este, que se encuentra esencialmente al oriente de China y en el archipiélago japonés. “El color de sus hojas es muy variable, pudiendo ir desde el verde parduzco al pardo rojizo. Posee flores blancas y fruto con una sola nuez, del tamaño de un guisante, de color rojo brillante a purpúreo”.(7) Existen dos variantes en la zona, teniendo una de estas, la característica de enrojecer sus hojas según la estación imperante. De esta manera, surge aquel efecto, que involucra tonos rojos y verdes en medio del bosque templado nipón.


Bonsái de espino chino



En tanto a los árboles de hoja perenne, hay algunos que no se suelen entremezclar con el bosque templado caducifolio. Sei Shōnagon, en “Árboles, hace hincapié en el alcanfor, que es una especie de Asia Oriental, muy longeva, aromática, con múltiples ramas, y que es usada para crear ungüentos y otros productos de índole medicinal,


“El alcanfor tiende a crecer aislado, evitando la compañía de otros árboles. Hay algo casi estremecedor en sus enmarañadas ramas que produce rechazo, pero como está dividido en mil ramas se lo invoca para describir a los enamorados. (A propósito, me pregunto quién habrá sido el primero en molestarse en contar cuántas son)”.(8)


Alcanforero


El roble y el crotón también se imponen en el apartado “Árboles” como variedades de hoja perenne en las líneas de la fuente. El primero, como una especie con trascendencia sagrada, dado que la autora lo tilda como aquél “donde el Dios de las hojas tiene su morada”,


“El roble. Me extraña que justamente este árbol entre todos los perennes se mencione como aquél cuyas hojas no cambian...Espléndido es el roble, ¡Pensar que el Dios de las Hojas tiene en él su morada! Fascinante también resulta que los nombres de capitanes y tenientes de la Guardia del Palacio del Medio se relacionen con este árbol”.(9)


Según Sei, es tal la importancia que los japoneses de la época hubieron de darle a este árbol, que hombres que realizaban labores de resguardo en la ciudad imperial fueron relacionados con sus cualidades. Por otra parte, la autora es explícita al indicar su calidad perenne, es decir, que mantiene sus hojas intactas todo el año.


Roble frente a un Torii


El crotón, con sus múltiples y anchas hojas, se adhiere a la diversidad vegetal del bosque japonés indicado en el texto,


“El crotón tiene abundancia de hojas, verdes y brillantes, pero su tronco es muy distinto de lo que podría imaginarse, pues es rojo y se ve lustroso. Su color es un tanto vulgar, pero verdaderamente adoro este árbol”.(10)


Crotón


Para ir concluyendo el apartado referente a los árboles que nutren los espesos bosques templados japoneses, sean estos caducifolios o perennifolios, resulta interesante considerar un detalle que menciona la autora en la fuente, que da cuenta de variadas especies vegetales que suelen echar brotes sobre otras para iniciar su proceso de crecimiento,


“Sé que no es un árbol propiamente dicho, pero debo mencionar al “árbol parásito” que me parece conmovedor”.(11)


Existen diferentes tipos de “árboles parásitos”, como menciona la autora, alrededor del mundo. Estos tienen diferentes formas, algunos son floridos, otros espinosos, etc. Empero, en la zona central de Chile hay una subespecie que suele tomar como huésped a árboles como el álamo blanco.


Álamo blanco con parásitos


Además de los frondosos bosques, que ocupan el 70% del territorio japonés, el archipiélago también es rico en diversos tipos de arbustos, los que tienen su lugar en la obra de Sei Shōnagon. Ya sea en un medio natural, o como parte de los jardines imperiales, aquellas especies vegetales cuentan con un apartado exclusivo en las líneas de la fuente milenaria. Algunos arbustos hasta tienen una trascendencia religiosa-espiritual, como es el caso del sakaki, una especie vegetal mencionada en el apartado “Árboles en flor”, que podría ser considerada tanto como árbol o arbusto, ocupando un lugar importante en el ámbito simbólico-religioso de la Corte Heian,


“Particularmente me agrada el sakaki en ocasión de las danzas sagradas imperiales en los festivales correspondientes. Entre todos los árboles del mundo, es el único al que la gente ha considerado siempre como árbol de la Divina Presencia, una creencia sumamente placentera”(12)


Flor del sakaki


Nativo de la zona sub-tropical de Asia Oriental, está dotado de hojas perennes, y en sus flores brotan en época de verano, aromatizando las áreas adyacentes al “arbusto sagrado”.


Siguiendo con las especies herbolarias con significado religioso-espiritual descritas por Sei Shōnagon, la Malva, mencionada en el apartado “Hierbas y arbustos”, se impone dentro de los entornos naturales colindantes a la antigua Heian-kyo.


“La malva es una flor deliciosa. ¡Pensar que desde los tiempos de los dioses la gente ha adornado su cabello con ella en época de festivales! ¡La planta en sí también tiene su atractivo!”(13)


En los párrafos anteriores, se mencionó el Aoi Matsuri, festival tradicional japonés celebrado anualmente cada 15 de mayo. En el s. VI, malas cosechas calamidades y pestes azotaban al incipiente Imperio Japonés de Yamato, a lo que el Emperador Kinmei mandó una procesión para aplacar la ira de los dioses, ordenando a la población que adornaran sus casas, templos y ganado con flores de malva(14). El ritual se preservó en el tiempo, dando origen al Aoi Matsuri, que ha de realizarse hasta al día de hoy, donde procesiones de personas representadas con trajes típicos de la Era Heian (794-1185) acompañadas con templos andantes y ganado llevan consigo flores de esta planta.


Procesión de Aoi Matsuri, con flores de malva ornamentales


Flor de malva


Otros arbustos mencionados, y que comprenden parte de la flora nipona de la actual región de Kansai, son el arbusto kotonashi y el helecho shinobugusa, ambas especies autóctonas de Asia del este, que han de crecer, ya sea de forma artificial en jardines y macetas, como en estado natural.


Helecho shinobugusa en las zonas montañosas de Kansai


En la línea de los arbustos nativos, la autora establece una correlación entre la la flora y fauna de la localidad,


“Una planta más modesta es u no hana, la cual no merece ningún elogio especial; sin embargo, florece en un momento agradable del año y me divierte creer que un hototogisu puede estar escondido entre sus sombras”.(15)


Lesser cucko, "Hototogisu"


Por otra parte, Sei Shōnagon expresa, con agrado, la existencia de hierbas que han de cautivar la vista, el olfato, y otros sentidos de los habitantes del palacio. En la sección “Hierbas y arbustos, la autora expresa,


“También me atraen la artemisa y la anea, y las hojas de ciertas hierbas. La anea, la lenteja de agua, la viña, y la difundida caña chigaya. La cola de caballo: me encanta imaginar cómo ha de sonar el viento al pasar entre juncos. La bolsa de pastor. Un prado cubierto de pasto”.(16)


Typha domingensis, una especie de anea presente en Japón


Caña chigaya


Artemisia prínceps


Lenteja de agua


Cola de agua



Sobre el arbusto expuesto en la última imagen, y descrito en la fuente del Período Heian (794-1185), es necesario realizar algunas puntualizaciones, pues es una hierba que, además de haber sido parte del entorno natural del Japón, también se encuentra en acequias y zonas fluviales de nuestro país. Consta de esporas que hacen posible su diseminación por las riberas de los ríos y arroyos. Se destaca su uso medicinal, pues es rica en minerales como el “potasio, calcio, magnesio, y aluminio”(17) . A esto se le añaden sus virtudes “diuréticas, depurativas, desintoxicantes, antiasténicas, astringentes, antimicrobianas, antiinflamatorias y cicatrizantes”.(18)


Se mencionan, en la misma sección, plantas acuáticas como la lenteja de agua, el llantén de aguas y la flor de loto, tan característica del jardín japonés. Especies presentes en la flora local de lo que hoy es Kioto y la prefectura de Kansai,


“Me gusta el llantén de aguas, y cuando escucho su nombre me divierte pensar que tiene una cabeza abultada”(19)


Llantén de aguas


“Las hojas de loto flotante son muy hermosas cuando se extienden, anchas o pequeñas, deslizándose calmas en el agua líquida de un estanque. Tomar una, frotarla contra algún objeto es lo más delicioso del mundo”(20)


La flor de loto tiene una trascendencia especial en lo que es el imaginario japonés, además de ocupar un lugar importante en la estética de otros lugares del Asia del este, como China, India y Corea. y Corea. Para Angelo García, “el símbolo de la flor de loto en la cultura japonesa representa la pureza espiritual”(22). Esto, a la vez, ligada al lugar que ocupa el budismo en la sociedad japonesa, donde el loto “simboliza la pureza del cuerpo y la mente, el nacimiento dividido y el crecimiento espiritual”. Suele florecer sobre “agua fangosa, la que está asociada al apego y los deseos carnales, implicando la flor sobre el agua aquella promesa de pureza y elevación espiritual”. Sin embargo, más allá de los simbolismos, es una planta acuática propia de lagos, humedales y estanques artificiales del Japón del s. X-XI, y que en la actualidad se ha transformado en una herbácea cosmopolita, pues es posible encontrarla en cada rincón del mundo.


Flor de loto en las inmediaciones de un templo


Si nos distanciamos un poco de las especies de arbustos colindantes a la ciudad imperial, Sei Shōnagon precisa,


“Los arbustos que crecen en lugares precarios como la ladera de las montañas me inquietan y los encuentros conmovedores. La uva cana me enternece especialmente, pues crece sobre paredes que se desmoronan o en otros lugares que son todavía más inestables que las laderas de montaña. Cuesta pensar que sobre una pared lisa y segura probablemente no crecería”.(24)


La uva cana, que es un tipo de planta de la familia de las “suculentas” tiende a adaptarse a diversas condiciones de clima y suelo. Además de la tierra orgánica, esta hace de su hogar muros y paredes de algunos edificios que se han visto deteriorados con el tiempo o bien han sido construidos con material inestable. He ahí la alusión de la autora, indicando que jamás se imaginaría que aquel vegetal pudiera crecer en zonas de construcción prolija como la ciudad imperial y sus alrededores. Esta planta es resistente a la sequía, pues sus gruesas hojas son reserva de agua para tiempos hostiles y suelos de escasa humedad.


Uva cana en tierra



Para concluir esta primera parte del artículo, que contará con una secuela dedicada únicamente al jardín de la época, podemos dar cuenta de que la fuente El libro de la almohada, de Sei Shōnagon, además de ser una puerta abierta para conocer la historia, sociedad, cultura, pensamiento y estética del prístino Japón, también nos permite hallar detalles que logran conectar con aspectos tan íntegros como la flora y fauna del archipiélago. Esto mismo nos permite conocer, analizar y relacionar las especies autóctonas del área, su nexo con la geografía del territorio, y aquellas plantas y árboles que están presentes tanto en nuestro país como en las montañas, planicies y valles del Japón. Si bien, en el escrito exponemos a modo general lo que el texto nos señala de la flora nipona, puede implicar un acercamiento didáctico para despertar el interés del lector en la rica biodiversidad del territorio del Sol Naciente.



 

Bibliografía

  • Shōnagon, S. (2019). El libro de la almohada. Adriana Hidalgo editora.

  • Tanaka, M. (2011). Historia mínima de Japón. El Colegio de México.

  • Delgado, P., Durán, M., Guajardo, J., Iitomi, K., Ladino, A. (2019). Japonistas libro: sociedad y costumbres de Japón. Zero Ediciones.

Linkografía

Notas


(1) al (6): Shōnagon, 2019

(7): Arkopharma, 2021

(8) al (13): Shōnagon, 2019

(14): Guajardo, 2019

(15) y (16): Shōnagon, 2019

(17) y (18): Cebrían, 2020

(19) y (20): Shōnagon, 2019

(21): García, 2020

(22) y (23): Henríquez, 2016

(24) Shōnagon, 2019

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