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Mi viaje a Japón: la experiencia con la meditación en Kioto

Aunque quería vivir una experiencia especial cuando decidí ir a Japón, también sabía que había tantas cosas que llamaban mi atención, desde participar de una ceremonia del té, tomar una clase de historia de samuráis, vestirme de geisha, tomar una clase de caligrafía hasta aprender sobre origami. Fue por tal motivo que comencé a buscar en la página de Airbnb alguna actividad que pudiera realizar en el tiempo que tenía disponible en mi viaje. Por supuesto que encontré muchas posibilidades, pero la que terminó por convencerme fue una clase de meditación con un maestro de budismo esotérico japonés. Siempre me han interesado los temas relacionados con la espiritualidad y durante unos dos años estudié Reiki con un maestro practicante del budismo Shinnyo-en, otra línea de budismo esotérico japonés, por lo tanto, esta actividad satisfacía completamente mis intereses.





La clase que tomé se impartió en un templo pequeño ubicado en un barrio residencial, a unos 15 minutos caminando desde el Palacio de Kioto (Estación Metro Marutamachi). No puedo dejar de mencionar que en el carro del metro que iba pude ver a muchas jóvenes vestidas en sus kimonos acompañadas de sus padres que, al parecer, se dirigían a una ceremonia cerca de la estación donde me bajé.



Para llegar al templo debí caminar por unas tranquilas calles residenciales, con casas que me recordaban dibujos animados que había visto alguna vez. Ya en el lugar, una chica me hizo entrar a una sala habilitada a la usanza japonesa tradicional, es decir, nos sentamos en cojines alrededor de una mesa baja. Allí nos presentamos y se nos explicó brevemente en qué consistía la clase. Éramos 4 personas participando por Airbnb (de nacionalidades chinas, japonesas y yo desde Chile), más algunas personas que colaboran con el monje llamado Ryugen. Claramente era el inglés lo que permitía a personas de lugares tan distintos poder comunicarnos y participar de la experiencia. Después de la breve presentación nos dirigimos al templo principal. En realidad, más que una clase de meditación, era una práctica de meditación. La primera parte fue ayudarnos, sobre todo, a entrar en lo que podríamos decir un modo más meditativo. El típico, “inhale, exhale”.


Si bien ya tenía experiencia meditando, me llamó la atención algo que dijo el maestro, “enfócate en tu inhalación y luego en tu exhalación. Pero no se trata que tu mente diga: inhala, ahora exhala. Simplemente tu mente debe observar cómo inhalas y cómo exhalas, pero ella no da la instrucción.” Esto me sorprendió porque creo que dio en un punto importantísimo y que suele escaparse de mis manos en algunas oportunidades: se trata de que la mente no termine siendo la directora de orquesta durante la meditación, aun cuando uno inocentemente cree que la tiene controlada. Luego de esta primera experiencia, el monje realizó una meditación guiada para practicar el desapego. Lo recuerdo muy bien. En pocas palabras te iban guiando para ir mirando tu vida, desde un balcón cada vez más lejano, tomando así una perspectiva bastante imparcial y mucho más sistémica de tu participación en este mundo. Para finalmente hacerte llegar a un lugar muy lejano donde él te decía, “y ahora fúndanse con el universo”. Reconozco que la sensación de fundirse y desaparecer me aterró; toda esa sensación expansiva que sentí, se apretó. Al finalizar la meditación, se nos pidió comentar nuestras experiencias y le señalé lo que me había pasado. “Nos es muy difícil como seres humanos aceptar que no somos individuos independientes del mundo, del sistema completo. Es una ilusión que tenemos y es esa ilusión la que nos hace ser poco compasivos”, me dijo. “Cuando logramos entender que todo lo relativo a mí tiene una implicancia en el otro, no nos queda otra alternativa que ser seres compasivos, que es lo que el budismo nos pide”. El concepto que él me explicó lo había escuchado antes, pero su manera de decirlo causó en mí un impacto distinto y me hizo comprenderlo mucho más.


Recuerdo también que le pregunté por qué había tres altares en el templo. En el transcurso de mi vida, siempre me he enredado porque mis intereses son bastante variados: soy ingeniera civil, tarotista, lectora de registros akáshicos, terapeuta, instructora de yoga y, en este último tiempo, se unió la escritora a la lista. La tendencia ha sido que cuando soy “ingeniera” dejo de trabajar en todo lo demás. Y cuando me conecto con mi lado más “terapéutico” dejo cesante a ingeniera. Sin embargo, siento que la escritura es la que me podrá ayudar a unir estos dos mundos que mi mente insiste en separar. Pero el monje unió las tres cosas solo porque “tenían sentido para él”. Es más, al revisar la página de Facebook del templo luego de mi viaje descubrí que también hacen clases de cocina y que una vez al mes lo abren para tener una noche de conversación con comida india, que tanto el monje como su aprendiz adoran. Solo me puedo decir, “bastante te queda por caminar, pequeño saltamontes”.


Para terminar la experiencia, volvimos al salón en donde nos presentamos y compartimos un rico té y conversamos. El maestro nos comentó que ayudar a las personas a desarrollarse espiritualmente era lo que lo había motivado a crear este pequeño templo y espacio de educación. Él venía de una línea de budismo esotérico donde los conocimientos no son ampliamente compartidos, sino que se transmiten de maestro a discípulo, el cual pasa años estudiando en un templo. No es un conocimiento que esté disponible para todos. Pero Ryugen, sentía que sí era importante poder compartir parte de ese saber con personas que no hayan elegido el camino monástico. Nos explicó que por respeto a sus maestros y a su linaje no transmitía todo lo aprendido, pero que –a su modo– encontró una manera de ser aporte en las personas.


Antes de finalizar esta experiencia, me invitaron para que fuese al día siguiente y participara en la ceremonia de fuego que se realizaría en el templo. Por supuesto que acepté. Al otro día estábamos el monje, dos estudiantes de la escuela espiritual y yo. Ya en el templo, me pidieron mi nombre, el cual anotaron en una hoja. Luego de unos minutos comenzó la ceremonia.


No soy experta en rituales budistas, por lo tanto, no podría explicar exactamente en qué consistió, solo sé que entre recitaciones de mantras que hacía el monje, movimientos de sus manos o mudras, se iba encendiendo un fuego donde, según lo que me explicaron, se le solicitaba a la divinidad que ayudara a quemar parte del karma que teníamos.




Aunque me permitieron filmar y sacar fotos, tomé muy pocas imágenes porque todo mi ser estaba ensimismado mirando y sintiendo una emoción enorme. Salí de mi ensoñación cuando escuché mi nombre al momento que él pidió que se me ayudara a librear parte de mi karma.




Terminada la ceremonia, compartimos unas tacitas de té verde y unos pastelitos japoneses deliciosos que había preparado una de las estudiantes y conversamos acerca de cómo la saga de la Guerra de las Galaxias era un buen reflejo de varias enseñanzas del budismo. Al día siguiente harían una charla acerca de eso, pero solo sería dictada en japonés, así que lamentablemente no pude participar. Recuerdo que me regalaron un pastel bellísimamente envuelto en papel y no pude dejar de reflexionar en cómo los japoneses son capaces de transformar algo tan simple –como entregar un bocadillo para mi camino de vuelta hotel– en algo tan hermoso. Obviamente, esa observación da para otro artículo completo.


Al término de la jornada, nos despedimos tan afectuosamente como el contexto lo ameritaba (si bien no soy una persona de piel, como latina necesitaba abrazar para demostrar mi agradecimiento, pero me di cuenta de que no sería bien recibido). Ryugen me sugirió ir a Nara a ver el Buda gigante que es una atracción del lugar.


Al salir, me puse mis audífonos y Cerati comenzó a cantar, “…usa el amor como un puente”. Estando allí, tan lejos de casa, sentí que tantas cosas me habían sido entregadas en estos dos días como el amor, las ganas de aprender y de conectarme con otros. Las palabras de Gus no pudieron ser más perfectas para terminar la experiencia.

 


Datos útiles:


· Compré un chip para tener internet móvil permanente en mi celular, así que eso me ayudó bastante para ubicarme y sentirme más segura al momento de salir a recorrer las calles sin tener muchas veces un destino definido.

· Fui sin saber una gota de japonés, así que el inglés me ayudó para solicitar ayuda o comunicarme en una conversación, como lo vivido en esta experiencia. Si bien no todo el mundo lo habla, claramente existen más posibilidades de ser entendidos en este idioma que en castellano.

· El metro es una muy buena opción para moverse en Kioto. Te cobran por tramo, así que sabiendo a la estación a la que vas, puedes determinar el precio. Creo que existe una tarjeta de transporte, pero yo compré siempre boletos únicos en máquinas habilitadas para este fin.

· En Kioto es posible encontrar bastantes actividades para conocer un poco más o tener una vivencia con la cultura japonesa tradicional. Una buena alternativa es visitar la página de Airbnb u otras similares, especialmente si te gusta este tipo de turismo.

· Airbnb (www.airbnb.com) es una plataforma donde puedes encontrar tanto alojamiento (hoteles, hostales, habitaciones en casas particulares) a lo largo del mundo, como también experiencias organizadas por gente de la zona.

 

Links de interés:


Website del templo: https://samgha.org/



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